jueves, 11 de diciembre de 2014

A vueltas con el cole (II)



Celia empezó el cole hace un año. El lugar donde estará el mayor tiempo de su vida de estudiante - por regla general-. Yo tenía incertidumbre pese a que pensaba que había elegido el colegio adecuado.
La línea del colegio me gustó mucho. Sabía que, dentro de las limitaciones del sistema, sería la mejor opción de mi ciudad.

Y puede que el cole sea así. Otra cosa es la república de cada clase.

Aunque no había caído, a Celia le tocó un profe chico. Digan lo que digan, los chicos gritan menos por lo que le di un punto, así, a lo loco.
Pero lo que vino después bien merece otro blog.

En todo el tiempo que estuvo no me conseguí adaptar. Celia sí. Pero eso no es lo que yo quería para ella. Quiero que sea feliz. Hoy, mañana y siempre.
Y vi cómo se podía desmoronar todo por lo que yo había luchado. Todo lo que quería evitar para ella.
Tras nuestra entrevista inicial en la que rellené un absurdo cuestionario para, según rezaba, conocer mejor a mi hija - o para ver lo que yo opino de mi hija, pues para conocerla, sólo hace falta hablar con ella, pero se ve que con tres años no se les da esa oportunidad-, tuvimos una entrevista con el profesor. Profe profe, hasta conmigo.
Aproveché para comentarle "la sobrada que se habían pegao" los redactores del cuestionario acerca de mi hija, haciendo preguntas que pertenecían a la intimidad de nuestra familia - forma de dormir, por ejemplo-. En esa entrevista me hizo ver que lo que se trabajase en la escuela era bueno que fuese reforzado en casa. Y me mostré totalmente de acuerdo. En educación, cole y familia deben ser uno. Por eso, utilizando esa misma regla, aproveché para comentar que ese trabajo debería ser en ambas direcciones. En casa educo, es mi responsabilidad. Más que la suya. Por eso mismo le comenté que en nuestra forma de educación no cabían castigos, ni premios, ni ninguna técnica de modificación de conducta - bien, alguna empleo, inconscientemente, pero esto es como ir al médico, hay que ponérselo muy negro para que hagan algo de caso- y él me dijo que lo tendría en cuenta. Aunque me intentó convencer con los premios y los beneficios que aportaban correctamente utilizados. Tema que zanjé con un "yo no he estudiado cómo hacerlo correctamente, por lo que me guío por mi sentido común" y el pareció estar de acuerdo.
Incluso quise interpretar que estábamos cercanos en puntos de vista...

Dos semanas después mi hija fue castigada en la silla de pensar. En el momento de relajación, ella se atrevió a jugar con las coletas de su compañera de al lado. Ella pensó en rinocerontes y dinosaurios. Y yo me convertí en uno de ellos. A partir de ahí se acabó la confianza.
Reunión con la jefa de estudios, que se mostró muy abierta a repartir entre el ciclo una carta que escribí y para la que me brindó su visto bueno una vieja amiga... un lujo de persona que movilizó a la blogosfera enriqueciendo este mundo con muy buenos artículos al respecto e incluso una petición en change.org, aunque fueran posteriores a la carta en cuestión. Esa circular, también la dejé para que los padres la leyesen. Sabía que una familia rogaba, pero varias, exigían. Y ese era mi objetivo.

Me costó mucho tomar esa decisión. Orgullo de uniones a mi causa y pequeñas decepciones. Pero no había marcha atrás. Si creo que mi hija debe luchar por lo que quiere, tenía que dar ejemplo. Y así lo tomé, como una prueba. Como el comienzo del ejemplo que debo dar.
Esconderme, tragar, agachar la cabeza y seguir adelante a trompicones no es vida. NI EJEMPLO.

Es mi hija, si no lo hago por ella, por quién lo voy a hacer.
Las reacciones no se hicieron esperar. Reuniones acaloradas y desagradables, lo cual me hizo ver la soberbia y escasa capacidad de auto crítica de algunos de nuestros maestros. Esa persona que también es responsable de su educación. Es su ejemplo.

Angustiada escuchaba canciones humillantes cantadas por Celia en pleno proceso de adaptación. Cómo salía con sus pegatinas verdes. Vi cómo alguna niña salía del cole llorando por tener una pegatina roja.
Cómo, al comentar un error humano (quiero pensar) cometido hacia mi hija, no hay ni una sola disculpa.
Asistí a reuniones organizadas por el AMPA, orientadas a adiestrar a nuestros hijos. Protesté y discutí sobre las barbaridades que escuchaba y me vine abajo cuando el grueso de los padres las secundaban.
Y liada por otra persona me metí en el consejo escolar.
Ya no había marcha atrás.
Tenía que hacer todo lo posible por intentar abrir la mente del cole de mi hija. Aunque en mi interior rondaba la idea del conformismo. El tiempo y el uso haría que yo relativizase o asumiese lo que hay. Y eso me entristecía mucho. Muchísimo.

Vi pequeños cambios. Celia jamás volvió a ser castigada y me comentaba otros métodos más respetuosos cuando su profe y ella tenían un desacuerdo. Pero al final, me repateaba que con tres años tuviese que hacer un dibujo todos los fines de semana. O tuviese que comer el almuerzo si no tenía hambre para poder salir al patio. O no pudiese salir si llovía...

Sentía que mi hija estaba encarcelada y se perdía los mejores años de su vida.
Mi deseo de cambiar algo era mayor que mi esperanza.
Pero quise agarrarme a eso. A que tenía una misión para con ella.

Hasta que un cambio de rumbo interrumpió lo que yo creía encarrilado.

Pero ese, es otro tema.


CLC

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