viernes, 12 de abril de 2013

A vueltas con el cole.


Descartada la opción de escuela libre - Alere ya no existe como el proyecto que a mí me enamoró-. Me queda buscar el mal menor.

Intento recordar qué me gustaba a mí y qué no de "mis monjas", de "mis curas"y del instituto.

De lo que me gustaba de aquella época, poco tenía que ver con ellas, o con su inmaculado patio asfaltado, o con sus jardines perfectamente simétricos y alineados. Me gustaba mi capacidad para adaptarme, para ser feliz, para no ver aquello y "ver" otras cosas. 
Con el tiempo, la cosa fue empeorando, pero mi actitud se mantenía.

Recuerdo cuando no hacía los deberes de alguna asignatura, el sentimiento de culpa y vergüenza me podía. Era tal, que me llevaba a finjir un dolor de tripa cuando era más pequeña, o a saltarme la clase cuando era mayor.
Mi indisposición era de cara al profesorado, mi madre sabía perfectamente lo que había. Jamás me obligó a ir, ni dudó de mis razones para no hacer la tarea. Pero entendía que mi sentimiento me provocaba desasosiego.

Cuando el ocio primaveral, un apasionante libro o cualquier cosa que me interesase más,  me llevaba a dejar alguna asignatura de lado siendo ya mayor, optaba por saltarme la clase - casi siempre con alguna amiga-. Y ahí es cuando tenía ese sentimiento de estar perdiendo el tiempo.

El pueblo olía tan bien por las mañanas. Ese frescor, esa quietud. Había un murmullo silencioso. Y pensaba en mis compañeros, que no estaban viviendo lo que yo. Que, posiblemente, no caerían en la cuenta de que tras esos muros, rejas, vallas, había un ordenado y maravilloso desorden. Tan callado que pasaba inadvertido.
Me dedicaba a pasear durante una hora. Sin problemas para encontrar un banco en el parque, había tantos que ya ni me apetecía sentarme. Solía sacar mi bocadillo para comérmelo paseando... era un placer superior, nada comparable con hacerlo en las escaleras que bajaban al patio.
Durante una hora pensaba libre. Actuaba libre. Salía de una cárcel no solo física.

Volvía a la siguiente materia completamente renovada y con otro chip. Ah! y cansada, ahí sí que agradecía estar sentada. No tenía la sensación de haber perdido el tiempo. Eso sí, la tarde sería para recuperar con creces aquella hora, pero con el recuerdo de en qué la había empleado.

Y reflexionaba más de lo que esperaba sobre ello. Me gustaba saltarme la norma. Ver más allá. Me gustaba, incluso, pensar que había mucha gente que jamás entendería las sensaciones que yo vivía en esa hora.

Nunca tuve problemas con los profesores por las faltas sin justificar, les valía mis excusas, fuesen las que fuesen, porque, ante todo, yo era una perfecta pieza del sistema. 

Mi libertad comenzaba al salir de ahí. Mi libertad era jugar con mis hermanos, salir a pasear con mi padre. Mi aprendizaje, mis recuerdos con color, son de aquellos muros para afuera.

Y recordando todo esto, me toca encerrar a mi hija.

Tengo claro que mis padres fueron claves en mi forma de vivir aquello. El aire libre era nuestra tónica habitual. La experimentación y dejarnos hacer fue su mejor forma de educar.

Ahora toca mantener vívidos estos recuerdos tan positivos para mi y mejorar aquello que puede mejorarse. Y toca, convencer al otro 50% restante, pieza perfecta del sistema, solo que con todos los deberes al día, de que tome conciencia de la importancia de ese "espacio" al margen de normas y roles. De esa salida a tomar aire. De que "no encajar" no solo no es malo, sino que es muy positivo.

Y de que lo más importante de todo, es ser feliz.


CLC




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