lunes, 20 de agosto de 2012

Prueba valiosa.



Ésta mañana, revisando en Facebook esas cosillas monotemáticas que me rondan a la par que me llenan desde que mi pequeña decidió anidarme, he visto un artículo sobre las heridas de las palabras.
No soy la madre Teresa de Calcuta. Mi vocabulario y/o/u expresión oral puede interpretarse algo duro, incluso habrá quien lo tome como ofensivo.
Quien me conoce, por supuesto, no se ofende. Pero es que yo sin mis salidas de tono... no soy yo.
Esto no me justifica - eso sí, me reconforta, todo sea dicho-, aunque es necesario decirlo para lo que voy a exponer.

Por si no lo he dicho antes - ejem -, el carácter de la rubia está a años luz de la docilidad. Mi potrillo salvaje es tan desobediente - ¡me la como!- como clara. No me quejo, pues para mí es muy importante que sea así siempre. No obedecerá, si no quiere hacerlo.

Pero claro, hay una línea, fácilmente remontable, que implica a otras personas. Enseñarle a respetar. Mostrarle que no es justo que ella haga algo que no está recibiendo, me está siendo complicadillo. Las cosas como son.
Actúa según sus impulsos y estoy en plena labor de ayudarle a identificar sus sentimientos para que pueda gestionarlos de una forma menos explosiva.

Pero qué zen suena esto. Tan bello. Yo sin quehaceres, sin calor, sin temillas laborales ni económicos rondándome la cabeza, sin mochila. Dedicada 100% a ella, las 24 horas con todos sus minutos y segundos...

Dedicación en todos los sentidos para darle lo mejor.

Lo intento.

Pero no siempre puedo.

No soy capaz.

Y despierto tras haberle gritado. Mirado mal. Explotado. Y en sus ojos esa confusión, esa decepción.

¿Ahora qué? ¿Cedo? ¿Admito haberme equivocado? 
Aceptar la existencia de mi mochila y de que algo debe cambiar para no cargarla del mismo modo, todo ello en unos segundos, no siempre es fácil.

¿Tiro la mochila? 

¿Le estoy orientando a ser menos explosiva explotando?

¿Pruebo? ¡No me entenderá!

Y hablo, bajito. Mirándola, a su altura.

-Celia, cariño, lo siento. Mamá no quería gritarte. Siento que mi cansancio me haya influido. Siento de verdad haberte tratado así.

Aún no puedo hablar sin emocionarme de lo que ocurrió después. 

Solo diré que probé. 

Solo diré... que probéis...

CLC